El estilo de gestión de inversiones consiste en una estrategia (predominante) que se traduce concretamente en la asignación de activos dentro de una cartera. El crecimiento (growth) y el valor (value) son probablemente los más conocidos.
Observar con interés las empresas que muestran o prometen un rápido crecimiento, por ejemplo en beneficios o ingresos, es el primer paso del inversor con un estilo de crecimiento. Las empresas preferidas por los inversores en crecimiento se caracterizan por sus elevadas tasas de crecimiento y suelen operar en sectores que proyectan su valor no sólo en el presente, sino también en el futuro: el caso más clásico a este respecto son los valores tecnológicos. Los inversores, por tanto, creen que el valor de la empresa reside, por así decirlo, en su crecimiento futuro, por lo que están dispuestos a pagar una especie de prima por la promesa de batir al mercado que aporta el valor: la relación precio/beneficios de estos valores suele ser, de hecho, superior a la media del mercado.
Si el interés de un inversor recae en valores que se consideran infravalorados en relación con su valor real o intrínseco, entonces no hay duda: el estilo es value. Estos inversores buscan precisamente aquellos valores que están infravalorados en el mercado, pero cuyo fair value puede hacer subir su precio; para encontrar estos valores para incluirlos en las carteras, los inversores utilizan métricas específicas como la relación precio-beneficios, la relación precio-libros y la rentabilidad por dividendo. Los títulos de valor suelen concentrarse en sectores en los que el consumo está bien establecido, aunque no son excesivamente dinámicos; muchos de ellos son títulos anticíclicos, en el sentido de que no se correlacionan con los ciclos económicos.
El valor y el crecimiento son estrategias de inversión que no tienen por qué excluirse mutuamente. Al contrario, los inversores pueden optar por un estilo -léase una asignación de activos- que las complemente para lograr una diversificación eficaz, es decir, acorde con su tolerancia personal al riesgo. Hacerlo, sin embargo, es a menudo una operación compleja, que suele requerir el recurso a un profesional, como una sociedad de gestión de activos (que puede ofrecer un producto diversificado, como una participación en un fondo de inversión) o un asesor financiero.
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